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7 de noviembre de 2013

Reír con Hitler esta causando polémica en el mundo.

Una polémica de bigotes


La publicación en Alemania de “Ha vuelto” (Seix Barral/Columna) de Timur Vermes, sobre el retorno de Adolf Hitler en clave de comedia (ácida), levantó una agria polémica sobre la validez moral del libro. El periodista, escritor intonso y experto en nazismo Philipp Engel analiza este controvertido libro y desmonta tópicos.

Best seller absoluto en Alemania y dispuesto a conquistar el resto del mundo a golpe de carcajada: Ha vuelto, de Timur Vermes, que resucita a Hitler en el Berlín actual, trasciende lo literario para abrir interrogantes de alcance universal. Primero, la portada. En negro sobre blanco, una caricatura minimalista, pero inmediatamente reconocible: el célebre flequillo hitleriano y, a modo de bigotito irónico, el tan escueto como contundente título de la novela: Ha vuelto. Sin duda, una obra maestra de la mercadotecnia editorial que hubiese entusiasmado a Goebbels, aquel perverso ministro de Propaganda (como a Warhol, si en vez de Hitler fuese Mao), pues sintetiza a la perfección el concepto del libro: Hitler ha regresado, y la cosa, contra todo pronóstico, es para partirse de risa.
A modo de coartada moral, la propia contraportada, igualmente calcada del original alemán, se apresura a interrogarse sobre lo que significa reírse “no ya de Hitler, sino con él. ¿Es posible algo así? ¿Está permitido?”. A lo mejor no, pero ya se sabe que una mentira repetida 360.000 veces (la tirada inicial) se convierte en una realidad…

El nuevo “Mein Kampf”

A principios de verano, ya eran casi un millón los alemanes que habían adquirido por 19,33€ (un chiste dentro del chiste) ese libro cuya portada, repetida hasta la saciedad en los escaparates de las librerías, prometía muchas risas con Hitler: un Hitler de 56 años que, sin más explicaciones, despierta lógicamente desorientado en un descampado de nuestro Berlín contemporáneo. Timur Vermes, escritor desconocido hasta la fecha, podría haberse limitado a seguir cual reportero a ese Hitler que confunden con un imitador de sí mismo hasta el programa de televisión al que inevitablemente irá a parar, para convertirse en una estrella mediática de la noche a la mañana. Pero Vermes ha preferido rizar el rizo, obviando la tercera persona del título (“He vuelto” hubiera estado mejor) para dar la palabra al Führer y forzar la identificación del lector en un inspirado relato retrospectivo que sorprenderá por su verismo a los especialistas en la materia. Ya se sabe que, como máximo responsable del Holocausto y del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Hitler sigue siendo el personaje histórico que más ríos de sangre y de tinta ha provocado, y sobra bibliografía empeñada en desentrañar el misterio de una personalidad que él mismo se cuidó muy bien de guardar bajo candado. Sampleando sus discursos y bebiendo sobre todo de aquel otro best seller (Mein Kampf), también narrado por Hitler en primera persona, que muy pronto (31/12/15) dejará de estar prohibido en Alemania, Vermes se ha empleado a fondo en impostar la voz del dictador. El Hitler de Vermes suena, pues, muy auténtico y así, descontextualizado, fuera de su tiempo, aparentemente inofensivo, pero cínico y lenguaraz, puede incluso llegar a caernos simpático. “¡¡¿Cómo?!!” –saltarán ustedes–. “¿¿¿Que Hitler cae bien???”. Maticemos.

¿Enfermedad o síntoma?

Obviamente, no estamos reivindicando al culpable de aquellos crímenes abyectos que nunca tendrán justificación, tan solo reconocemos que Vermes, escritor tal vez no brillante pero sí eficaz, consigue atraparnos en un mecanismo narrativo en el que resulta casi imposible no sentir algún tipo de empatía por este nuevo Hitler traspasado a la ficción a través del cual el escritor se mofa de la sociedad alemana: de Angela Merkel (“una mujer fondona con el poder de irradiación optimista de un sauce llorón”) a una diputada verde no menos real (Renate Künast) que se plantea captar a Hitler para su causa, pasando por todos los medios de comunicación (“El sordo escribe lo que cuenta el ciego, el tonto del pueblo lo corrige, y los compañeros de los otros periódicos lo plagian”). Desprovisto de su poder letal, perdido en un mundo que no es el suyo, Hitler se convierte en una caricatura andante, en un cómico involuntario que hace las delicias de los televidentes con sus discursos anacrónicos, y también, cómo no, incluso podría llegar a convertirse en ese posible Mesías que cualquiera diría que estemos todos esperando para que nos saque las castañas del fuego en estos tiempos de crisis, corrupción y desencanto de la política, tantas veces comparados con la era en la que germinaron los peores -ismos. Vermes lanza advertencias, nos confronta a la lógica hitleriana para ponernos a prueba y explota nuestra tan natural como morbosa fascinación por el mal, aquella simpatía por el Diablo. Pero para recordarnos que Hitler no era (o es) ese demonio surgido del Averno que nos vendieron después de la guerra, sino un ser humano capaz, como ya se vio en la igualmente exitosa película El hundimiento (Oliver Hirschbiegel, 2004), de mostrarse afable con perros, niños y secretarias. Un tipo evidentemente cargado de odio, resentimiento y aquejado de una patología que, más allá de la anécdota, ni tan siquiera resulta históricamente relevante diagnosticar, pues más nos valdría radiografiar aquella democracia que dejó que el poder acabara en sus manos, ya que, con o sin bigote distintivo, por el mundo pululan Hitlers de toda índole. Desde el dueño cascarrabias del bar de abajo a la charcutera que, cuando le pides algo para acompañar el cuscús, te contesta con acritud, preguntándote si no puedes “comer algo normal” (doy fe). La diferencia entre Hitler y el dueño del bar o la gruesa charcutera, por citar solo un par de ejemplos de “hitlerismo” cotidiano, es que ambos carecen de carisma (ese “oscuro carisma” del que habla Laurence Rees en un estudio reciente que publica Crítica), capacidad oratoria, inteligencia política y, sobre todo, de la férrea determinación de instrumentalizar los bajos instintos de un pueblo para hacer realidad delirantes fantasías de trascendencia histórica. Aunque Hitler como individuo, o como caso, siempre resultará interesante, sigue sin ser más que la punta del iceberg de lo que significó el nazismo, el más profundo trauma que ha sufrido Alemania, Europa, el mundo. Y, ante todo trauma, la risa manifiesta una sana voluntad de superación (que no de olvido o de relativización). En este sentido, Ha vuelto no es más que la última vuelta de tuerca a una historia que viene de muy lejos, ya que, contrariamente a lo que sugiere el título de la novela, Hitler nunca se fue. Continúa entre nosotros.

Hitler, payaso.

“Ya muy pronto le expliqué a Goebbels que, si fuera necesario, estaría dispuesto a hacer de payaso con tal de atraer la atención de la gente”, confiesa el Hitler de la novela, y bien es cierto que Hitler tuvo siempre un lado charlotesco (y, si no, que se lo pregunten a Chaplin). El descubrimiento del horror que escondía Auschwitz no fue óbice para que dejaran de aparecer parodias hitlerianas, que han alcanzado su cénit en la era de internet con los famosos memes (Adolf Hipster, mi favorito). No existe, de hecho, humorista judío que no disponga, como mínimo, de un chiste sobre Hitler en su repertorio. Hagan la prueba: Woody Allen, Mel Brooks, Larry David… y así hasta Danny Levy, que también reventó la taquilla alemana con una comedia sobre Hitler (Mein Führer, 2007). Vermes no sería tampoco una novedad en este sentido, ya que su apellido húngaro hubiera despertado inmediatas sospechas entre los “especialistas” raciales de la SS. Pero tampoco se corta a la hora de subrayar el monopolio judío de los chistes nazis, provocando varios encontronazos entre su Hitler y patéticos neonazis que lo toman, con toda lógica, por un humorista judío: “¡Termina de una vez con esa vasura, mal dito zerdo judío!”, le escriben en el muro de su web, a lo que él comenta, para sus adentros: “Hacía mucho tiempo que no me reía tanto”. A este lado del muro, los problemas surgen cuando es un humorista no judío el que se mete en el jardín de los chistes nazis jugando con la ironía o la ambigüedad, como en los casos recientes de Lars von Trier en el Festival de Cannes y de Nacho Vigalondo en Twitter (chiquilladas tratadas como asuntos de Estado).

“Ha vuelto” no es más que una nueva vuelta de tuerca: Hitler nunca se fue.

La ecuación risa + nazismo, cuando no viene respaldada por la condición de víctima objetiva de los antepasados (como si el nazismo se hubiera cebado únicamente con judíos), hace inmediatamente saltar las alarmas, y no faltan periodistas, como de los que se burla Vermes tras su careta hitleriana, dispuestos a descontextualizar chistes para obtener llamativos titulares. Todos lo hemos hecho. Y es que hay una clientela dispuesta a escandalizarse con lo que, en el fondo, no son más que fruslerías. Hay que ver con qué facilidad se arrogan (completamente gratis) una superioridad moral con la que auparse al podio desde donde fiscalizar y juzgar (sumarísimamente) a los demás, especialmente a los que se salen del guión bienpensante para aventurarse en la selva, ciertamente peligrosa y arriesgada, de la incorrección política. La paja en el ojo ajeno, porque no fueron los chistes, más o menos afortunados, de peor o mejor gusto (todo es opinable), los que pusieron en marcha los trenes rumbo a las chimeneas de Auschwitz. Fueron personas absolutamente normales las que votaron a un Hitler que, si bien no vendía cámaras de gas, sí prometía una luz al final del túnel cimentada en el odio al prójimo. Y el resto del mundo, en general, aplaudía.
Como bien me dijo Joachim Fest, acaso la mente más clarividente que ha estudiado el nazismo, en el transcurso de una tarde maravillosa que recordaré siempre: “Antes que un problema de los alemanes, Hitler es un problema para la humanidad”. Tal vez incluso el mayor problema de la humanidad, ya que Hitler es el espejo en el que nadie quiere mirarse. Que un millón de alemanes, personas normales, hayan comprado Ha vuelto no supone una banalización del problema, como ha dicho Daniel Erk, al parecer especialista en la materia gracias a un libro (So viel Hitler war selten) cuya portada es calcada a la de Vermes. Muy al contrario, que el Führer cause furor podría indicar que los alemanes, como primera nación implicada (que no la última), han tenido ochenta años desde su ascenso al poder para hacer examen de conciencia y desatascar, finalmente, su natural complejo de culpa. Una actitud lógica y loable, ya que la culpa, inevitable en este caso, también es un velo a una mirada que debe permanecer atenta, ya que si la Historia tiende a repetirse, no suele hacerlo, exactamente, con el mismo disfraz.

El furor por este Hitler de risa quizá indique el fin de la culpa alemana.

Se escribió mucha poesía de las alambradas después de Auschwitz, y es bueno que así sea. Pero la risa también es una herramienta útil para arrojar más luz en uno de los accidentes más graves de la Historia. Ha vuelto supone el triunfo de la ironía, de esa ironía que a menudo parece exiliada de los grandes temas, y es una estupenda noticia, porque si Hitler, como símbolo, es una lección que nos ha dado la Historia, cuando miro a mi alrededor, y también en el fondo de mí mismo, no puedo estar seguro de que la hayamos aprendido. Cuando me acuesto, tras escribir este artículo, no puedo dejar de ver a esa pareja de marcianos que se han sentado sobre los restos de una sonda espacial para pasar el rato viendo qué pasa en la Tierra. Y se ríen. Les parece que con Auschwitz tocamos fondo, y así lo hicimos. Esperaron que, partiendo de cero, evolucionaríamos hacia un mundo de justos y de sabios, un mundo mejor. Pero les parece que hemos entendido la lección al revés, que hemos hecho de nuestro pozo moral un techo bajo el cual todo es sostenible. Todo palidece al lado de la Revolución Industrial aplicada al genocidio de toda la vida (sin duda, el mayor logro nazi), nada nos impresiona. No es de extrañar que el Hitler de Vermes encuentre nuestra época tan a su gusto, terreno abonado para volver a empezar. Una y otra vez. La cuestión, finalmente, no es ya si se puede reír con Hitler, o solo de Hitler, sino que él, 66 años después de su penúltima aparición, todavía se sigue riendo de nosotros. 

cortesía de Que-leer.com
edición Sweet'Doll

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